Máximo Luppino |
La suba del costo de alimentos básicos está trepando cumbres demasiado escabrosas próximas al mortal precipicio de la hiperinflación. Es un camino sin retorno para cualquier administración.
¡El abismo está próximo!
La oposición atiende sus mezquinos intereses electorales, los poderosos empresarios exportadores jamás contemplaron las necesidades populares, sólo parecen concentrados en acrecentar sus ganancias de manera cruel y profana.
Los principios y fundamentos concernientes al acuerdo con el FMI ya son un tema antiguo. Cuando hay tremendas necesidades extremas insatisfechas en un otoño invernal, el hambre golpea despiadadamente el hogar de los más humildes.
El presidente de la Nación no debe conformarse con los logros obtenidos en la lucha contra el COVID-19 y la exitosa vacunación integral del país, tampoco tiene que descansar Alberto Fernández en la tranquilidad de conciencia de su espíritu republicano. Alberto tiene que asumir que la inflación galopante siembra necesidad y angustia que llama a los fantasmas de pasadas penurias de la época en que gobernó el país Raúl Alfonsín.
¡No hay margen para errores, ni se puede perder un sólo día más en hablar del “sexo de los ángeles”! Cuando se asoma el hambre en la gente, toda palabra, promesa o plan de gobierno suena a burla y conlleva a perder la paciencia popular ya bastante deteriorada.
Doctor Fernández, tome ya las medidas efectivas, concretas y eficaces para detener esta inflación que se está llevando puestos los mejores anhelos de un peronismo que llegó al gobierno para mejorar el nivel de vida del pueblo, no para ser rehenes de despiadados especuladores.
Alberto, Máximo, Cristina, Sergio y la oposición también. Todos serán responsables por igual ante de un eventual fracaso dirigencial.
Claro que sabemos que Mauricio Macri es el “Padre de las penurias”. Él contrajo una deuda millonaria en dólares con el FMI por personales apetencias electorales. La historia se encargará de siempre recordarlo.
Los funcionarios de todos los niveles deben abandonar por un rato los mullidos sillones de sus cálidas oficinas para palpar las frías calles de la acuciante necesidad popular.
Todos los esfuerzos deben estar orientados hacia un sólo concreto objetivo: ¡Bajar la inflación!... Todo lo demás es “cartón pintado”. Basta de peleas y disputas de dirigentes que comen bien todos los días y que piensan dónde esquiar en el invierno.
Es momento de evocar la impronta de la Abanderada de los Humildes. Evita sabía que el padecimiento de la necesidad no espera.
Luego, DIOS mediante, normalizada la inflación y con paz social debido a un horizonte de progreso, con familias bien alimentadas, con la percepción de que pueden mejorar sus condiciones económicas de vida trabajo de por medio, toda discusión será bienvenida.
El hambre no deja lugar al debate político ni a los problemas existenciales. Si no hay que comer, la prioridad es el alimento, no las palabras…
Nada más estéril y doloroso que haber podido ser útil y no serlo por perder el tiempo en disputas infantiles y egocéntricas.
“¡Todo mejorará en el futuro si hacemos un esfuerzo espiritual en el presente!” Esto implica detener la inflación a toda costa, ya…
Máximo Luppino
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