“Gracias a Dios murió De la Sota”. La perla más negra del hiriente collar dialéctico de ofensas, desatinos y barbaridades que bien podrían tildarse de demenciales de Elisa Carrió.
Las imputaciones de Elisa Carrió llegaron a Cristina Kirchner culpándola de no utilizar las vacunas del laboratorio preferido por ella misma. “Sobre la conciencia de Cristina pesará la muerte de miles de argentinos” afirmó la locuaz dirigente de Cambiemos.
Si no existiera Cristina, Alberto o el peronismo mismo ¿Qué sería de la vida de Carrió? Ya que parece nutrirse y motivarse a proceder según las acciones de otros individuos, en preferencia de los ya señalados.
La mente humana en ocasiones critica lo que desea o admira. Ante la imposibilidad de protagonizar el rol que otros si desarrollan, ¿se llega a odiar aquello de lo que creemos carecer? Es sabido que la sed de protagonismo de Carrió es casi infinita, y que su ombligo es exhibido por ella misma como el auténtico centro del mundo.
El peronismo como doctrina y fuerza cultural nacional no congenia con los denunciadores seriales sin fundamento alguno, de los concurrentes en forma rutinaria a los tribunales. Se es político o parte del poder judicial, las dos tareas en forma simultánea suelen ser incompatibles.
Alberto Fernández, Cristina Kirchner, Axel Kicillof como Horacio Rodríguez Larreta quieren que el COVID 19 sea controlado y extirpado como pandemia de nuestra sociedad, y así sus planes de gobierno y futuro político se puedan desarrollar.
¿Tienen responsabilidad algunos periodistas que festejan los exabruptos de Elisa Carrió utilizando sus comentarios como ariete político para sus propias creencias políticas?
¿En qué medida Carrió continuaría pronunciando exabruptos si los medios de comunicación en vez de festejar despropósitos verbales ayudaran a darle cabal dimensión a posibles ofensas inconcebibles?
Se nos ocurre pensar que Carrió ataca tanto a Cristina Kirchner por un grado de resentimiento inconsciente, quizás por no poder alcanzar el protagonismo estelar que la vicepresidente posee.
La palabra debe honrarse con la verdad, de lo contrario el descrédito se hará presente en forma contundente. Hablar con sinceridad potencia nuestro sentir y desarrolla nuestro cariño por una ecuanimidad básica que todo individuo debe tener.
Debemos construir sin herir al prójimo. Es una loable conducta, sobre todo en aquellas personas que se consideran religiosas.
Máximo Luppino
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